Meditación 20.06.16
Filipenses 4.10-13
"En
gran manera me gocé en el Señor de que ya al fin habéis revivido vuestro
cuidado de mí; de lo cual también estabais solícitos, pero os faltaba la
oportunidad. No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme,
cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia;
en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener
hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en
Cristo que me fortalece".
Durante
la frustración es natural culpar a las circunstancias o a los demás. Cuando algo
impide lograr las metas, el descontento puede ser causado por factores
externos, aunque la causa real sea interna. A veces, hacemos cambios, como
dejar un empleo, poner fin a una amistad o dejar todo atrás, con el fin de
ahorrarnos sufrimientos. Sin embargo, de esa manera no podemos hallar paz
verdadera. Cuando nos sentimos frustrados, tenemos que identificar la causa.
El descontento tiene 3 razones internas:
1. La
incapacidad de aceptarnos tal como fuimos creados. La personalidad,
los atributos físicos y las capacidades que hemos recibido pueden no ser lo que
deseamos, pero son exactamente lo que necesitamos para cumplir con la voluntad
de Dios. Estar pensando siempre en lo que no tenemos o en lo que nos gustaría
cambiar, nos distrae del servicio al Señor.
2. La
renuencia a enfrentar nuestro pasado. Puede que tengamos recuerdos dolorosos o
hayamos cometido errores que nos produjeron mucho sufrimiento. Pero solo al
reconocer su influencia y confrontar las consecuencias psicológicas o
emocionales, podremos seguir adelante en paz.
3. No
querer enfrentar conductas o actitudes que están fuera de la voluntad de Dios. Aferrarse a un
hábito pecaminoso nos conduce muchas veces a la inútil práctica de tratar una y
otra vez de justificarnos ante el Señor y los demás.
La
solución humana a la frustración —el cambio de nuestras circunstancias
externas— fracasará siempre.
La única manera de arrancar de raíz la frustración es confiar
en Dios para que Él nos dé el poder para lidiar con ella.
(De
Encontacto.org)
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