Meditación 23.05
Romanos 8.31-39 "¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por
nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo,
sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas
las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién
es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por
nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo?
¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o
espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el
tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas
cosas somos
más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy
seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni
potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra
cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo
Jesús Señor nuestro".
Dios
es amor. Su naturaleza es cuidar incondicionalmente de su
creación. Lo cual significa que no importa lo que haga una persona —incluso si le rechaza— el Señor no dejará
de amarla. Después de leer esa frase, muchas personas buscarán un
montón de motivos para creer que ellas son la excepción. Así que, permítame dejar
en claro que Dios nos ama a todos y lo único que nos impide experimentar ese
amor es nuestra actitud. Se trata de si vamos a creer en
nuestros sentimientos, o en la verdad de las Sagradas Escrituras.
Pablo señala que Dios está a favor del creyente (Romanos 8.31). Dio a su Hijo Jesucristo para que muriera, y de esa manera
pudiéramos ser purificados e iniciar una relación con Él. El sacrificio
de Jesús es prueba del amor de Dios, pero hay muchas otras expresiones de
su amor por nosotros.
El Señor tiene un propósito y un plan para la vida de
cada persona. Por medio de su control soberano, Él obra en cada
situación —buena y mala— para nuestro beneficio (Romanos 8.28). Es
un Padre amoroso que no solo está interesado en lo que nos suceda, sino también
está activamente involucrado en nuestra vida diaria.
Algunas personas leen y creen intelectualmente cada
palabra de la Biblia, pero todavía no se
sienten amadas porque se consideran indignas. Sus dudas actúan como un muro, evitando que el flujo del amor de
Dios llegue a sus corazones. Esta barrera se
mantendrá mientras la persona crea que debe ganarse el amor de Dios.
Pero ningún pecador merece ser amado incondicionalmente. Y aunque Dios lo
sabe, nos da su amor libremente. De nosotros depende aceptarlo o no. (De Encontacto.org)
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