MEDITACIÓN 17 DIC.
1 Juan 4.7-10 "Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de
Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no
ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para
con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos
por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por
nuestros pecados"
Una
relación cercana se caracteriza por un vínculo estrecho entre dos personas, y
el interés por el bienestar mutuo. En otras palabras, los conocidos nos conocen
poco, pero los verdaderos amigos conocen nuestros pensamientos, sentimientos y
deseos más profundos.
Dios, que es santo y perfecto, ha deseado siempre esa relación
con el hombre, pero el pecado hizo que eso pareciera imposible. Para empezar,
porque todos nos hemos rebelado contra su autoridad, y merecemos el castigo de
la muerte (Romanos 3.23; 6.23). Pero, más que eso, porque nacimos con una
naturaleza corrupta heredada de Adán (Salmos 51.5). Ni
buenas obras ni valores morales pueden borrar eso.
Solo Dios podía remediar la situación. Su solución fue cambiar nuestra naturaleza para
que pudiéramos ser parte de su familia. Para que se cumpliera su justicia, solo
un sacrificio perfecto podía pagar nuestros pecados (Deuteronomio 17.1) Alguien que no tuviera una naturaleza
pecaminosa tenía que morir en nuestro lugar y pagar la deuda. El único que
calificaba para esto era Jesús, el Dios-hombre perfecto, quien dio su vida por
nosotros (Hebreos 4.15) para que pudiéramos tener una relación con el Padre. Nuestra amistad con Dios se logró con un alto precio para
Él: la muerte de su amado Hijo.
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