REFLEXIÓN 13.11
Génesis 33:4 “Pero Esaú corrió al encuentro de su hermano Jacob y le
abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó; y lloraron”.
Jacob había huido de su tierra natal porque su hermano
Esaú pensaba matarlo, por haber usurpado su lugar y recibir de su padre Isaac
la bendición. Habían pasado ya unos 20 años, y durante todo ese tiempo no
vio a sus padres, estuvo lejos de sus amigos y perdió la amistad con su
hermano.
Por dirección del Señor y con su propia familia,
vuelve de regreso a su tierra, pero su corazón está inundado de temor (Creo que
por 20 años luchó contra aquel miedo, cuando pensaba en su familia y en su
tierra). Su hermano Esaú viene a su encuentro, con 400 hombres, y el
temor de Jacob lo lleva a planear una estrategia para salvar su vida, y por eso
envía a su familia delante de él con muchos regalos para apaciguar la ira de su
hermano. Pero, la reacción de Esaú no fue de venganza, ni rencorosa, él salió
corriendo a abrazar a su hermano Jacob (¿Cuántas veces el miedo nos hace
imaginar momentos dolorosos y trágicos, o nos lleva a planear estrategias
innecesarias y vergonzosas?).
Es interesante que “los 2 lloraron”, esas lágrimas
expresan el resultado de una labor divina en sus corazones, Dios había
trabajado con Jacob (pues a pesar de sus miedos, había regresado) y con Esaú
(pues ya no tenía en mente matar a su hermano). Hay circunstancias de nuestro
pasado que por estar ligadas al dolor no quisiéramos recordar o tener que
enfrentar de nuevo, es aquí donde nuestro Sanador, Jesucristo el Señor,
manifiesta su poder y amor, conduciendo al ser humano al genuino perdón.
Cuando logramos perdonar a los demás sus ofensas y
pedir perdón a quien hemos herido, nuestro corazón experimenta sanidad y
liberación (la palabra griega para perdonar "apolúo", significa
además: poner en libertad, soltar).
Cuando el árbol de la amargura logra penetrar con sus
raíces nuestro corazón, éstas consumen la vida, fuerza y gozo del ser humano.
La vida se torna caótica, difícil, oscura, triste, y lamentablemente éste árbol
comienza a exhibir sus amargos frutos, transmitiendo (con el estilo de vida y
palabras) su mortal semilla en otros corazones.
Pero el perdón no sólo trae sanidad y libertad, sino
que nos permite crecer y permanecer firmes en ésta salvación tan grande, pues
Jesús dijo: “perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro
Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si
vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os
perdonará”.
Reflexión final: Por supuesto, generalmente el ejercicio del
perdón va acompañado de un grado de dificultad, precisamente por el dolor
causado, pero Dios está con nosotros para ayudarnos en ésta decisión y en éste
estilo de vida, al que somos llamados para bendición de todos.
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