MEDITACION 21.7
Juan
15.12-15 “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo
os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno
ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya
no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os
he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a
conocer.”
Dios,
solo una cosa no tuvo su aprobación. Contempló a Adán, quien era el único ser
de su clase, y dijo: “No es bueno que el hombre esté solo” (Génesis
2.18). El Señor nos creó para que tengamos una relación emocional, mental y
física, de modo que podamos compartir nuestra vida con otros.
Jesús
explicó esto a sus discípulos, diciéndoles que debían amarse unos a otros, así
como Él les había amado. En una amistad que honra a Dios, dos personas se
edifican mutuamente y se incentivan una a la otra a tener un carácter
cristocéntrico. Sin embargo, muchas no logran entablar y mantener relaciones
que estimulen su fe (Proverbios
27.17). En vez de eso, lo que hacen es hablar de trivialidades como el
clima, los malos jefes y la política. Lamentablemente, también los creyentes
rehúyen la conversación profunda en cuanto al pecado, la transparencia de
conducta y la vida conforme a los principios bíblicos.
Las relaciones sólidas
comienzan cuando las personas deciden arriesgar su orgullo y su seguridad para
amar como lo hace el Señor Jesús.
Reconocen que una de las razones por las que tenemos amigos es motivarnos unos
a otros hacia la vida de santidad. En la amistad
que hay confianza y humildad, se hace normal confesarse sus faltas, amonestarse
gentilmente y compartir sus cargas.
Los muros que construimos para
mantener alejadas a las personas son con frecuencia defensas contra Dios, pues
no lo queremos muy cerca de nuestros asuntos personales. Pero a medida que los creyentes aprendemos a compartir
con franqueza nuestros asuntos con hermanos en Cristo, desarrollamos la
capacidad de ser más sinceros con Dios. (De Encontacto.org)
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