MEDITACIÓN 24.7
Hoy tenemos Salmo 17.1-6,
el cual es una plegaria de David pidiendo protección contra sus opresores, dice
así: “Oye, oh Jehová, una causa justa; está atento a mi clamor.
Escucha mi oración hecha de labios sin engaño. De tu
presencia proceda mi vindicación; Vean tus ojos la rectitud. Tú
has probado mi corazón, me has visitado de noche; Me has puesto a prueba, y
nada inicuo hallaste; He resuelto que mi boca no haga transgresión. En
cuanto a las obras humanas, por la palabra de tus labios Yo me he guardado de
las sendas de los violentos. Sustenta mis pasos en
tus caminos, Para que mis pies no resbalen. Yo te
he invocado, por cuanto tú me oirás, oh Dios; Inclina a mí tu oído, escucha mi
palabra.”
Ayer vimos varias razones por las que una oración puede
parecer que no tuvo respuesta. Consideremos una más: el pecado no confesado. El
Señor ha prometido perdonar toda transgresión una vez que reconozcamos que lo
que hicimos estuvo mal, y nos arrepintamos de ello (1 Juan 1.9).
Si nuestra confesión es fingida, o nos negamos a cambiar nuestra conducta
pecaminosa, las peticiones no serán concedidas.
Pero ¿qué de las veces cuando nuestro corazón es recto, y lo
que pedimos está de acuerdo con la voluntad de Dios, pero Él permanece callado?
En algunos casos, el Señor espera, porque nuestro anhelo de Él corre el peligro
de ser reemplazado por nuestro deseo de tener otra cosa. Ciertas peticiones
—como tener un cónyuge, un bebé, o la sanidad de un ser querido— generan
emociones fuertes en nosotros; pero si no tenemos cuidado, estos deseos pueden
desviar nuestra atención de Dios. Él no compartirá el primer lugar en nuestra
vida con nadie o con nada. Por eso, a veces espera pacientemente que volvamos a
enfocarnos en Él, antes de tener su respuesta.
Otras veces, el Señor utiliza las demoras para prepararnos
para un servicio en el futuro, o para darnos una bendición mayor. Podría estar
protegiéndonos de consecuencias que no vemos, o fortaleciendo nuestra confianza
en Él.
La oración es el vínculo de comunicación entre nosotros y
nuestro Padre celestial. No permitamos que nada bloquee su mensaje para
nosotros; en vez de eso, confesemos a Cristo cualquier pecado, y apartémonos
del mismo. Entonces podremos escuchar la voz de Dios, y cumplir obedientemente
cualquier cosa que nos pida. (De Encontacto.org)
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