Meditación 8.6
|
Juan 14.7-27 “Si me conocieras, también a mi Padre conocerías; y desde ahora le
conoces, y le has visto. Felipe le dijo: Señor,
muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo:
¿Tanto tiempo hace que estoy con ustedes, y no me has conocido, Felipe? El que
me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el
Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre
en mí? Las palabras que yo hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que
el Padre que mora en mí, él hace las obras. Créeme
que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, créeme por las mismas
obras. De cierto, de cierto te digo: El que en mí
cree, las obras que yo hago, las hará también; y aun mayores, porque yo voy al
Padre. Y todo lo que pidas al Padre en mi nombre, lo
haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si
algo pides en mi nombre, lo haré. Si me amas, guarda
mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y les dará
otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre: el
Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le
conoce; pero ustedes lo conocen, porque mora y estará con ustedes. No
los dejaré huérfanos. Todavía un poco, y el mundo no
me verá más; pero ustedes me verán; porque yo vivo, ustedes también vivirán. En
aquel día ustedes conoceréis que yo estoy en mi Padre, y ustedes en mí, y yo en
ustedes. El que tiene mis mandamientos, y los guarda,
ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré,
y me manifestaré a él. Le dijo Judas (no el
Iscariote): Señor, ¿cómo es que te manifestarás a nosotros, y no al mundo? Respondió
Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me
ama, no guarda mis palabras; y la palabra que han oído no es mía, sino del Padre que me envió. Les
he dicho estas cosas estando con ustedes. Mas el
Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él les
enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho. La
paz les dejo, mi paz les doy; yo no la doy como el mundo la da. No se turbe tu
corazón, ni tenga miedo.”
Cuando
cultivamos una vida de oración firme, nuestra manera de vivir y de ver las
cosas cambian. Mediante la oración, el Señor puede transformar nuestra
debilidad en su fortaleza; nuestra ignorancia en su sabiduría y nuestro vacío
en su plenitud. El Señor Jesús está comprometido a darnos todo lo que pidamos
en su nombre. Pero, ¿qué significa esto realmente?
Orar
en su nombre significa reconocer que el Señor Jesús ha abierto el camino para
que tengamos acceso al Padre. Cualquier persona que crea en la muerte de Cristo
-como pago total por sus pecados- y le reciba como su Salvador personal puede,
asombrosamente, acercarse al trono de Dios Todopoderoso (Hebreos 4.16).
Orar en su
nombre significa ejercer la autoridad que Él ha
dado a cada hijo nacido de nuevo. Jesús, el heredero de todas las cosas, nos ha
hecho “coherederos” con Él (Romanos 8.14-17). Entender nuestra posición
debe darnos confianza y osadía para pedir con humildad y esperar la maravillosa
respuesta de Dios.
Estamos en una misión que nos obliga a ser personas de
oración —conectadas siempre con el poder del Espíritu Santo, clamando siempre al
Padre y dependiendo siempre de Él como nuestra fuente de ayuda.
Orar en el
nombre de Jesús significa conformidad con su
voluntad. Usted pide al Padre que supla su necesidad o su deseo como lo haría
Jesús, de estar Él en su situación. Si usted ora con esta actitud, Dios le
revelará su voluntad, porque usted deseará hacer solo lo que Él quiera. Esta es
la clase de oración que cambia al mundo.
(De Encontacto.org)
No hay comentarios:
Publicar un comentario