Lectura bíblica en Hebreos 12.15 (Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados)
Ayer llegamos a la conclusión de que la amargura es un veneno que preparamos para otra persona, pero que terminamos tomándolo nosotros. Hoy pensaremos en otra ilustración útil que nos ayudará a entender los efectos negativos del resentimiento.
Hebreos 12.15 se refiere a la amargura como una “raíz”. Piense en esto. ¿Dónde se encuentran las raíces? Por debajo de la superficie succionando los nutrientes del terreno que está a su alrededor. Cada vez que vemos una planta, una flor o un árbol podemos estar seguros de que por debajo se encuentra una raíz que está absorbiendo vida de la tierra y enviándola a la planta.
¿Puede usted ver el paralelismo que hay entre esta ilustración y su vida espiritual? Quizás usted tenga una raíz de amargura que prácticamente sea invisible a cualquiera que pase a su lado. ¿Significa, entonces, que es inofensiva? ¡Por supuesto que no! Por el contrario, puede tener la seguridad de que la raíz está haciendo su trabajo —robándole su vida y utilizándola para alimentar una hierba mala de odio, impaciencia e insatisfacción.
Una raíz de amargura nunca producirá frutos saludables. Si la raíz es mala es absurdo esperar fruto bueno en lugar de mala hierba.
Sin embargo, podemos alegrarnos pues existe una medicina para este serio problema. Todo lo que necesitamos para matar la mala hierba es desenterrarla y deshacerse de la raíz. Saque la fuente de su resentimiento del lugar donde esté oculta. Reconózcala, y entréguela a Dios, quien sabe cómo cultivar el corazón.
“Veneno Amargo” Meditación 14.8
Lectura bíblica en Efesios 4.31-32 (Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.)
Imagine a un científico triste, deprimido y encorvado en su laboratorio. Sus ojos están entrecerrados y sus labios fruncidos. Sus dedos están añadiendo una pizca de esto y un poquito de aquello al líquido verde en el tubo de ensayo que tiene en frente. Sus pensamientos son una mezcla de recuerdos; su corazón, un añejo mosaico de odio por un agravio que sucedió hace mucho tiempo. Está pensando en la persona que le hirió, mientras prepara un veneno para el ofensor.
Parece el extracto de una película antigua, ¿verdad? Pero es aquí donde la escena cambia de dirección. Imagine a ese mismo científico dando un suspiro de alivio cuando se endereza, maravillado del líquido de venganza que ha creado. Entonces dice: “Esto le enseñará” —y se bebe el veneno.
Ese es un giro sorpresivo que no esperaríamos en una película. Sin embargo, hay una buena posibilidad de que usted haya hecho esto mismo en un momento u otro.
La amargura es una toxina que preparamos para otra persona, pero después la bebemos nosotros mismos. Es 1 dosis concentrada de veneno emocional, que preparamos cuidadosamente y desarrollamos a lo largo de años. Cuando reaccionamos a la mala acción de alguien replegándonos y dando rienda suelta a fantasías de venganza y hostilidad, estamos envenenando lentamente nuestro corazón y nuestra mente.
Pídale a Dios que le muestre cualquier señal de veneno que haya en su ser. Dígale después que le ayude a administrar 1 dosis del antídoto: EL PERDON.
(De Ministerios en Contacto)
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