Lectura bíblica en Filipenses 3:20-21 (Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, el Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.)
Como creyentes, tenemos garantizado un lugar en el cielo, y anhelamos tener una idea de cómo será. Aunque todas nuestras preguntas no serán contestadas antes de que lleguemos allá, la Biblia sí ofrece información en cuanto a la vida futura del cristiano.
¿Quiénes estarán allí? La verdad más maravillosa que sabemos es que estaremos en la presencia de nuestro Dios trino: el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo. Además de miles y miles de ángeles (Apocalipsis 5.11), allí estarán los santos del Antiguo Testamento y todos los creyentes.
¿Cómo seremos diferentes físicamente? Tendremos cuerpos glorificados, y la Biblia ofrece pistas en cuanto a lo que esto significará. Después de la resurrección, Jesús tuvo una forma material visible, por lo que sabemos que nosotros, también, tendremos un cuerpo físico. Nuestra forma será incorruptible, y tendrá una imagen celestial (1 Corintios 15.42, 49). Aunque la Biblia no describe el proceso de glorificación, sabemos que nuestros cuerpos transformados estarán adaptados perfectamente a nuestro nuevo ambiente.
¿Nos reconoceremos unos a otros? Aunque diferentes, nuestros cuerpos serán identificables. María, aunque estuvo confundida al comienzo, reconoció al Jesús resucitado (Juan 20.14-16). Porque seremos como Él, seremos reconocidos en nuestra forma resucitada, y reconoceremos a los demás.
Trate de imaginar cómo será estar en su cuerpo glorificado, con creyentes de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas (Apocalipsis 7.9). La vida en el cielo superará sus más grandes sueños y expectativas. (EnContacto.org)
Y para llegar a tener nuestros cuerpos glorificados, tengamos presente que:
No reine el pecado en nosotros, de modo que no le obedezcamos (Rom.6.12)
No andemos como los que no conocen a Dios, en la vanidad de la mente. Vistámonos de nuevas personas, en justicia y santidad, en verdad. Desechemos la mentira para con nuestro prójimo. Aunque nos enojemos, no pequemos; no dejemos que el sol se vaya y aun permanezca nuestro enojo, para que no le demos lugar al diablo. Que ninguna palabra corrompida salga de nuestra boca, sino las que sean buenas y de edificación, a fin de dar gracia y valor a los que nos escuchen. Soltemos las amarguras, el enojo, la ira, la gritería, las maldiciones, y toda malicia. (Efesios 4).
Seamos perfeccionados en el amor, para que tengamos confianza en el día del juicio. Amemos a Cristo, porque él nos amó primero. Y en el amor perfecto no hay temor, porque el perfecto amor echa fuera el temor. (1 Juan 4.17-19)
Identifiquémonos en todo con Cristo; que nuestro cuerpo de pecado sea destruido, a fin de que no le sirvamos más al pecado. (Rom. 6.6) Y entontes nuestros cuerpos podrán ser glorificados en aquel día grande del Señor!
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