Romanos 12:1-2 (Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.)
Nuestros pensamientos influyen en gran medida, no solo en nuestros éxitos, fracasos y decisiones, sino también en nuestra relación con el Señor y con los demás. La santidad proviene de pensar de la manera que lo hace Dios.
Sin embargo, hay varios problemas que pueden afectar negativamente lo que uno piensa. Uno de los más persistentes es la influencia de nuestro pasado. Cuando usted acepto a Cristo, Dios le dio un nuevo espíritu y una nueva vida. Pero, al permitirle empezar de nuevo, no borró el pasado de su mente. El Padre celestial quiere que usted sea capaz de utilizar sus buenas y sus malas experiencias cuando ayude a los demás. También quiere que valore la gracia y sepa que es importante que recuerde de qué le rescató.
Otro problema son las malas influencias. Aunque podamos pensar que somos inmunes a ellas, lo que permitimos que entre en nuestra mente afecta en gran medida nuestra manera de pensar. Las cosas malas crean la tolerancia y el deseo de las cosas del mundo, y pueden hacer que nuestros buenos pensamientos entren en conflicto con nuestros malos deseos, lo cual genera sentimientos de tensión y culpabilidad. Cuando comenzamos a sacar a Dios de nuestras vidas, permitimos que Satanás tome ventaja.
Es por eso que Dios nos dice: “Todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4.8).
El Señor sabe que prepararnos mentalmente puede protegernos de las trampas del diablo. (De Encontacto.org)
“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí;” (Juan 5.39)
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