1 Pedro 2.18-25 “… Estén sujetos con todo respeto a sus amos (jefes); no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar. Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente. Pues ¿qué gloria es, si pecando son abofeteados, y lo soportan? Más si haciendo lo bueno sufren, y lo soportan, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Pues para esto fueron llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigan sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fueron sanados. Porque eran como ovejas descarriadas, pero ahora han vuelto al Pastor y Obispo de sus almas”.
Una de las situaciones más difíciles de soportar es el sufrimiento injusto. Podemos esperar cosechar dolor y problemas si sembramos pecado, pero ¿Qué tal si no hemos hecho nada malo? Incluso las pruebas que parecen venir sin ninguna razón son más fáciles de soportar que el maltrato que recibimos de otros.
Esto es lo que Pedro tenía en mente cuando escribió el pasaje de hoy. Los esclavos del Imperio romano tenían pocos derechos, por no decir ninguno, y el abuso no era infrecuente. Convertirse en cristiano no cambiaba las circunstancias, pero requería una reacción diferente. Pedro les dijo que se sometieran respetuosamente a sus amos (jefes), y que soportaran el maltrato porque tal respuesta tenía la simpatía de Dios.
Quien ha sido salvo por Cristo también está llamado a seguir sus pasos. Aunque el Señor nunca pecó, sufrió la muerte en una cruz por nosotros. Jesús no solo pagó el castigo por nuestros pecados, sino que también hizo posible que reaccionáramos ante el maltrato de la misma manera que Él lo hizo.
Es importante recordar la reacción de Cristo; primero, porque el Señor NO injurió ni amenazó a quienes le hacían daño. Su silencio era sustentado por perdón en vez de ira o pensamientos de venganza. Incluso cuando estaba clavado en la cruz, oró diciendo: “Padre, perdónalos” (Lucas 23.34). Segundo, Jesús se encomendó al Padre, que juzga con justicia.
A nosotros nos corresponde asegurarnos de seguir a Cristo, y vivir dentro de la voluntad de Dios. Entonces, si otros nos maltratan, simplemente podemos entregar la situación a nuestro Padre, sabiendo que Él la juzgará con justicia en su tiempo. (De Encontacto.org)
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