Meditación 13/9/16
Efesios 4.26-32 "Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre su enojo, ni
den lugar al diablo. El que hurtaba, no hurte más, sino
trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir
con el que padece necesidad. Ninguna palabra corrompida salga de su boca, sino
la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los
oyentes. Y no contristen al Espíritu Santo de Dios, con el cual fueron sellados
para el día de la redención. Quítense de ustedes toda amargura, enojo, ira,
gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sean benignos unos con otros,
misericordiosos, perdonándose unos a otros, como Dios también los perdonó a
ustedes en Cristo".
El apóstol Pablo escribió ampliamente sobre
el carácter y la conducta de los creyentes. Exhortó a los cristianos
diciendo: “Que caminen como es digno de la vocación con que fueron llamados”
(Efesios 4.1),
y a ser “imitadores de Dios” (Efesios 5.1).
En sus cartas a las iglesias, Pablo explicó lo que significaba tener una vida
de santidad.
Dejar ciertos hábitos y conductas, y sustituirlos con otros que sean aceptables a Dios. Las conductas “carnales” ya no son parte de nosotros. Tenemos ahora una naturaleza nueva, y debemos conducirnos de acuerdo con la misma. Gálatas 5.19-21 menciona 15 conductas específicas que debemos abandonar; entre ellas: enemistades, pleitos, iras, contiendas y disensiones. Notemos el papel que juega el enojo en cada una de estas conductas: estimula los desencuentros e inflama el antagonismo. En segundo lugar, si nos enojamos, tenemos que disculparnos de inmediato.
El fruto del Espíritu (Gálatas 5.22-23) es el cambio de los pensamientos y de las acciones pecaminosas. Si somos fácilmente irritables, necesitamos adquirir paciencia. Si nuestro enojo nos exacerba, tenemos entonces que convertirnos en personas serenas. El cambio es posible, porque el poder del pecado sobre nosotros ha sido destruido de una vez por todas. Hemos sido liberados para siempre para vivir de una manera agradable a Dios.
Todos luchamos con alguna clase de conducta pecaminosa, pero felizmente no tenemos que seguir con ella. Como nuevas criaturas, ya no tenemos que ser definidos por lo que éramos antes de ser salvos (2 Corintios 5.17). Para demostrar la santidad, colabore con la obra transformadora del Espíritu Santo. (De Encontacto.org)
Dejar ciertos hábitos y conductas, y sustituirlos con otros que sean aceptables a Dios. Las conductas “carnales” ya no son parte de nosotros. Tenemos ahora una naturaleza nueva, y debemos conducirnos de acuerdo con la misma. Gálatas 5.19-21 menciona 15 conductas específicas que debemos abandonar; entre ellas: enemistades, pleitos, iras, contiendas y disensiones. Notemos el papel que juega el enojo en cada una de estas conductas: estimula los desencuentros e inflama el antagonismo. En segundo lugar, si nos enojamos, tenemos que disculparnos de inmediato.
El fruto del Espíritu (Gálatas 5.22-23) es el cambio de los pensamientos y de las acciones pecaminosas. Si somos fácilmente irritables, necesitamos adquirir paciencia. Si nuestro enojo nos exacerba, tenemos entonces que convertirnos en personas serenas. El cambio es posible, porque el poder del pecado sobre nosotros ha sido destruido de una vez por todas. Hemos sido liberados para siempre para vivir de una manera agradable a Dios.
Todos luchamos con alguna clase de conducta pecaminosa, pero felizmente no tenemos que seguir con ella. Como nuevas criaturas, ya no tenemos que ser definidos por lo que éramos antes de ser salvos (2 Corintios 5.17). Para demostrar la santidad, colabore con la obra transformadora del Espíritu Santo. (De Encontacto.org)
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