Meditación 25/8
Romanos 12:1-3 "Así que, hermanos, les ruego por
las misericordias de Dios, que presenten sus cuerpos en sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios, que es su culto racional. No se conformen a este siglo, sino
sean transformados por medio de la renovación de su entendimiento, para que
comprueben cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Digo,
pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre ustedes, que no
tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con
cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno".
Cuando
una persona pone su fe en Jesucristo se convierte en un nuevo creyente y
es santificada,
es decir, apartada para el propósito de Dios. A diferencia de la salvación, que
tiene lugar en un instante, la santificación es un proceso que dura toda la
vida (y no se
logará, JAMÁS, luego de morir). Quienes somos seguidores del Salvador debemos
dejar que el Espíritu Santo controle nuestra vida. Si es así, ahora mismo
estamos siendo santificados, no importa lo que podamos sentir o cómo parezcan
nuestras acciones a los demás. Dicho en otras palabras, estamos madurando de
manera progresiva en nuestra fe.
Si
estamos progresando, debemos estar esforzándonos hacia el logro de algo. El
apóstol Pablo explicó la misión del cristiano: “Porque a los que [Dios] antes
conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de
su Hijo” (Romanos 8.29). Nuestro carácter, conducta y conversación deben
ser reflejos de Cristo, quien vive en nosotros.
Dejados por nuestra
cuenta, actuaríamos con reglas y ceremonias que parecen cristianas, sin
reflejar verdaderamente a Cristo. Pero Dios da a cada creyente (que lo
desee) el Espíritu Santo como maestro y guía. El Espíritu trabaja para
transformar nuestra mente y corazón, de modo que hablemos y actuemos de acuerdo
con nuestra verdadera identidad: de hijos de Dios.
Nuestro
Padre celestial quiere que seamos ejemplos vivientes de Él. Dios no espera
perfección; sabe que no podemos estar totalmente apartados del pecado. Pero
nos enseña cómo pensar y actuar para que podamos “[andar] como es digno de la
vocación con que [fuimos] llamados” (Efesios 4.1).
(De Encontacto.org)
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