jueves, 25 de agosto de 2016

"Apartados para Dios"

Meditación 25/8
Romanos 12:1-3 "Así que, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios, que presenten sus cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es su culto racional. No se conformen a este siglo, sino sean transformados por medio de la renovación de su entendimiento, para que comprueben cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre ustedes, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno".

Cuando una persona pone su fe en Jesucristo se convierte en un nuevo creyente y es santificada, es decir, apartada para el propósito de Dios. A diferencia de la salvación, que tiene lugar en un instante, la santificación es un proceso que dura toda la vida (y no se logará, JAMÁS, luego de morir). Quienes somos seguidores del Salvador debemos dejar que el Espíritu Santo controle nuestra vida. Si es así, ahora mismo estamos siendo santificados, no importa lo que podamos sentir o cómo parezcan nuestras acciones a los demás. Dicho en otras palabras, estamos madurando de manera progresiva en nuestra fe.

Si estamos progresando, debemos estar esforzándonos hacia el logro de algo. El apóstol Pablo explicó la misión del cristiano: “Porque a los que [Dios] antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8.29). Nuestro carácter, conducta y conversación deben ser reflejos de Cristo, quien vive en nosotros.

Dejados por nuestra cuenta, actuaríamos con reglas y ceremonias que parecen cristianas, sin reflejar verdaderamente a Cristo. Pero Dios da a cada creyente (que lo desee) el Espíritu Santo como maestro y guía. El Espíritu trabaja para transformar nuestra mente y corazón, de modo que hablemos y actuemos de acuerdo con nuestra verdadera identidad: de hijos de Dios.

Nuestro Padre celestial quiere que seamos ejemplos vivientes de Él. Dios no espera perfección; sabe que no podemos estar totalmente apartados del pecado. Pero nos enseña cómo pensar y actuar para que podamos “[andar] como es digno de la vocación con que [fuimos] llamados” (Efesios 4.1).
(De Encontacto.org)

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