MEDITACIÓN 18.1
1 Juan 5.5-12 "¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que
Jesús es el Hijo de Dios? Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre;
no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre. Y el Espíritu es el
que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad. Porque tres son los que dan
testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres
son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y
la sangre; y estos tres concuerdan. Si recibimos el testimonio de los hombres,
mayor es el testimonio de Dios; porque este es el testimonio con que Dios ha
testificado acerca de su Hijo.
El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida."
El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo; el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso, porque no ha creído en el testimonio que Dios ha dado acerca de su Hijo. Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida."
Nuestra
sociedad está obsesionada con la longevidad. Aunque el deseo de tener una vida
larga y buena es natural, es también limitado. Si bien la Biblia nos exhorta a
tener una vida consagrada a Él en el presente, también nos recuerda que los creyentes
seguiremos viviendo mucho tiempo después de que este mundo ya no exista.
No
hay píldora o dieta que pueda prolongar nuestros días sobre la Tierra más allá
del número que el Señor ha dispuesto. Pero hay una
manera de vivir para siempre en un hogar perfecto, con un cuerpo perfecto,
haciendo lo que sacia al alma. Cuando
creemos que Jesucristo es el Hijo de Dios, y confiamos en Él como nuestro
Salvador, recibimos el regalo de la vida eterna.
Los creyentes tendrán toda la eternidad para servir al Señor y tener comunión con Él.
Los creyentes tendrán toda la eternidad para servir al Señor y tener comunión con Él.
Aunque
tenemos la promesa de un lugar en el cielo, la vida eterna no consiste en un
lugar. El verdadero valor de tener un alma que jamás morirá es que estaremos
siempre en la presencia de Dios.
Para aquellos
que rechacen la oferta de vida eterna con el Señor, hay una alternativa llamada
infierno. Las almas que terminan allí sufren un destino terrible: sufrimiento y separación
total del Dios vivo.
Después de la muerte, no hay misericordia o gracia que pueda tender un puente entre el cielo y el infierno. El asunto debe arreglarse mientras estemos en la Tierra (Hebreos 9.27 Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio).
Después de la muerte, no hay misericordia o gracia que pueda tender un puente entre el cielo y el infierno. El asunto debe arreglarse mientras estemos en la Tierra (Hebreos 9.27 Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio).
Como escribió Juan: “El que tiene al Hijo, tiene la vida”. Llegar a la vejez con salud es un objetivo loable, pero nada es más importante que recibir al Salvador y el don de la eternidad en su presencia.
(De Encontacto.org)
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