Lectura bíblica en Lucas 17:11-18 (Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?)
Una madre solía orar en las noches con una hija pequeña, de unos seis años, al acostarla. Una noche la madre le dijo: - Hoy vamos a pedir a Dios un poco más para que sane a la tía Marta.
Oraron por la tía Marta, cada noche, durante un par de semanas. Después, la madre no dijo nada y dejaron de pedir. A la tercera o cuarta noche sin hacerlo, la niña preguntó:
- Mamá, ¿por qué no oramos por la tía Marta? - Es que Dios ya la puso buena, respondió la madre. - Y si la puso buena, -replicó la niña- ¿no deberíamos orar para darle las gracias?.
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Somos más dados a pedir que a agradecer. Lo de aquellos diez leprosos curados y de los que solo uno vuelve a dar las gracias a Jesús (Lucas 17.12-19 ), se repite en nuestra vida a diario.
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De cada diez veces que pedimos, quizás, no damos gracias ni una. La gratitud del que pide abre la mano del que da: el agradecimiento facilita la generosidad. ¡Y tenemos tanto que agradecer a Dios!.
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Dad gracias al SEÑOR, invocad su nombre, dad a conocer sus obras entre los pueblos (1 Crónicas 16:8). Y han de estar presentes cada mañana para dar gracias y para alabar al SEÑOR, y asimismo por la noche (1 Crónicas 23:30)
Y cualquiera que se ensalce, será humillado, y cualquiera que se humille, será ensalzado (Mateo 23:12).
Salmos 1:3….Será como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo, y su hoja no se marchita; en todo lo que hace, prospera.
(De Renuevo de Plenitud)
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